De una manera muy simplificada, en toda construcción cabe distinguir dos tipos de elementos arquitectónicos básicos: por un lado, los que ejercen presión sobre las estructuras (elementos de carga) y, por otro, los destinados a soportar dicha presión (los sustentantes o de sostén), de forma tal que el edificio se mantenga en pie. En las construcciones sencillas de una sola planta o piso, el principal ele-mento de carga lo constituye la techumbre, que es soportada básicamente por los muros y los cimientos.
Si los elementos de carga se apoyan en los sustentantes por medio de estructuras horizontales, dan origen al sistema arquitectónico llamado adintelado (el dintel es la parte superior horizontal de los huecos o vanos); si la carga es soportada por estructuras curvas, surge el sistema abovedado (se llama bóveda a la forma curva de cierre que sirve para cubrir el espacio comprendido entre dos muros o entre varios pilares o columnas).
Por otra parte, en toda construcción se deben alternar convenientemente los macizos (muros), encargados de proporcionar protección y aislamiento al edificio, con los huecos (vanos), sin los cuales el interior de la edificación, además de inac-cesible, carecería de la necesaria ventilación e iluminación. Pero cuantos más vanos se abran en un muro, más se debilita su función de soporte; de ahí, la incorporación de unos elementos de sostén básicos: la columna (soporte cilíndrico de mucha mayor altura que diámetro); el pilar (soporte de sección cuadrada y sin proporción fija entre el grosor y la altura); la pilastra (pilar adosado al muro), y los contrafuertes, grandes machones que refuerzan los muros, bien adosados a ellos o bien unidos por medio de los arbotantes, arcos cuya función es contrarrestar y transmitir a los contrafuertes el empuje de las bóvedas. El uso de los contrafuertes adosados es característico de los templos románicos y el de los arbotantes como elementos de unión, de los góticos.
materiales arquitectónicos
Los materiales arquitectónicos básicos son la piedra y la madera, utilizados por el hombre desde la más remota antigüedad, dada su abundancia en la naturaleza. Sin embargo, la dificultad que acarrea moldear la piedra y la escasa durabilidad de la madera hizo que se buscaran otras alternativas. Así, de la mezcla del barro y la paja secados al sol surgió el adobe. Pero las primeras construcciones con adobe se deshacían con la lluvia, por lo que en lugar de dejarlo secar al sol se recurrió a la cocción en hornos de leña, para hacerlo más resistente; de este modo, apareció el ladrillo. Es éste un material consistente, rígido y duradero que, introducido en la arquitectura por las primeras civilizaciones surgidas a las orillas del Tigris y el Eufrates, fue muy utilizado por los romanos y ha perdurado hasta nuestros días, extendiéndose su uso por los cinco continentes.
Tras las civilizaciones mesopotámicas, los grandes innovadores en el campo de los materiales de construcción fueron los romanos, quienes, al mezclar piedras, arena, agua, cal y cemento, obtuvieron el hormigón, material extraordinariamente resistente y moldeable, y con el que las posibilidades arquitectónicas aumentaron de forma considerable, sobre todo desde el punto de vista de las estructuras.